Ju, mi tan querida Ju, al fin llegó esa noche que tan nerviosa te ponía y que a la vez sabías que tan contenta te iba a dejar. Me cuesta creer que hayas crecido así, que hayamos crecido así, cuando apenas parece ayer cuando compartimos una noche de campamento que consistió en risas de inocencia y juegos de chicos. Sé que lo repetí hasta el hartazgo, pero es que todavía me cuesta creer que de un acto tonto como intercambiar buzos haya resultado una persona tan importante para mí. Compartimos tantas veces esos patios, rincones de charlas, lágrimas o risas, siempre lo compartimos, vos y yo, juntos. Todavía tengo ese buzo, ¿sabés? Obviamente, ya no lo uso, pero lo veo siempre que abro mi placard: no lo tengo colgado como los trajes y camperas, no lo tengo guardado con otros buzos, pantalones, ni remeras, sino que está colgado en todo su esplendor sobre la pared. Nunca me decidí a guardarlo, nunca me sentí capaz y no sé porqué. Creo que, en el fondo, verlo me recuerda esos tiempos en que todo era tan fácil que nosotros creíamos que era complicado. Hoy, ese buzo ya no tiene un color fijo, no es ni negro, ni gris, ni azul, ni marrón, ni celeste, es una mezcla rara producto del tiempo. Pero cada vez que lo miro me da la impresión de que en realidad el tiempo no lo destiñó, sino que simplemente cedió su color para que pintemos nuestra amistad. Y eso es algo que hicimos muy bien. No voy a nombrar todos y cada uno de los momentos porque serían interminables, podría decir que fueron cientos pero estaría mintiendo, podría decir que fueron miles pero aún así no estaría ni cerca de la verdad, porque la verdad es que fueron tantos momentos como estrellas hay en el cielo, estrellas que ese viernes se posaron todas en tus ojos y te vieron reír y llorar en una sola noche, estrellas que se alejaron de la noche porque vos fuiste su única luz. Fuiste demasiado para mí a lo largo de estos años, te convertiste en millones de momentos, pero hoy sé que sos una de las personas más importantes en mi vida y que sin vos no podría seguir. Me regalaste tus más sinceras sonrisas, compartiste tus más amargos llantos y me diste tus más cálidos abrazos. De golpe lo entendí, sin darme cuenta tenía una hermana a mi lado, una niña (que por más que tengas 25 años, vas a seguir siendo mi niña) extraordinaria, que posee todos los requisitos que le podría pedir y los que no le pediría a nadie para acompañarme en la vida. Dame la mano, te invito a compartir todo lo que nos falta de vida implica, con lo malo y con lo bueno, pero juntos. Siempre juntos, hasta el infinito y más allá. Te ama, hasta que los poetas se queden sin rimas y las los ríos se sequen todos, tu Sobri querido.
P.D: de más está decir que la pasé genial, ¿no? Digo, por si quedaba alguna duda...
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